sábado, 5 de marzo de 2011

Estampas frívolas


La novela es muy interesante. Trata de... bueno, la acción transcurre en un pueblo que está todo alborotado porque van a venir unos inversores extranjeros y todos se disfrazan de folclóricos para dar buena impresión y entonces en una piscina aparece muerto un yanqui que es el dueño del cabaret del pueblo que tiene hasta un pianista negro que toca mientras la gente se divierte cantando la marsellesa, y entonces descubren que el yanqui tiene un pasado conflictivo y por eso lo han matado, puesto que construyó un puente para los japoneses en oriente y este se cayó cuando pasó el primer tren y esa era la razón para mandar matarlo.
Estaba en ese punto interesantísimo cuando llegó su mujer hecha una furia como es en ella habitual y le espetó con el estruendo de sirena de barco: ¡Manolo!
Aparte de destrozarle los tímpanos, los nervios y acercarle seis semanas a la tumba, el aviso consiguió que se levantase con celeridad gatuna y se alejase a distancia prudencial de los manotazos de Eduvigis, que también era muy aficionada a prodigarlos.
─Mujer no me chilles así, que todavía no estoy sordo.
─¿Y el niño? Vociferó amenazante.
¡El niño!, se había olvidado del niño enfrascado en la lectura. Ahora sí que la había hecho buena. Miró alrededor asustado, ¿Qué hacer? De repente recordó. ¡El niño tenía veintisiete años y estaría en la tasca mamando como siempre!
─¿Acaso crees que yo soy el guardián del niño? ─gritó.
El sopapo que le saltó dos diente le dio la respuesta.

La llamada



Sentado junto al teléfono, espero humilde su llamada. Esa llamada que sé que no llegará porque ella ha muerto esta mañana.