jueves, 15 de diciembre de 2011

Rojo y azul

Él había pedido una pelota roja, roja, no azul. Y su padre le había traído una pelota azul, no roja. ¡Como si fuese lo mismo, como si fuesen iguales!
Y no solo con las manos. Olían diferente. El azul olía a brisa, el rojo a sudor. Un olor áspero, vibrante, que se contraponía de forma inmediata al olor suave, acariciante del azul. Se lo dijo a su madre, ─mama, no huele como la roja─ y ella no comprendió nada ─las pelotas no huelen─ y se rió como si acabase de descubrir la mañana. Ella no sabía ─claro que el niño tampoco─ que Churchill pensaba en rojo cuando dijo aquello de «sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas», era necesario que tuviese el rojo en su mente, en su olfato. Si hubiera tenido el azul hubiera dicho algo como «hemos ofrecido al gobierno alemán la rendición».
Cualquiera lo hubiera comprendido menos un mayor.
No era lo mismo botar la pelota azul junto al hormiguero, machacando las hormigas que no imaginaban de dónde procedía ese horrible final, que hacerlo con una roja.