Cada mañana, enciendo el telefonino, introduzco la clave y muestra el mensaje «código correcto». Entonces afronto el día pletórico, al constatar mi inteligencia.
domingo, 12 de diciembre de 2010
jueves, 9 de diciembre de 2010
Le seguían llamando Bates
Para Hortensia que suspiraba por un mini-western
El caballo bebía ansioso el anhelada agua mientras él, igualmente destrozado empujaba la puerta del saloon. No generó demasiada curiosidad. Como ciudad de paso la llegada de cowboys derrengados era habitual. Después de beber ávidamente el primer whisky se sentó en una desvencijada mesa, casi tan zaparrastrosa como él, a devorar unas malolientes judías que tras el viaje por el desierto le parecieron deliciosas.
Se dirigió a la apartada y solitaria casa sobre la colina que le indicaron como hotel. También le habían indicado un rancho donde era probable que pudiese encontrar trabajo. Pero antes tenía que descansar y adecentarse un poco.
El joven muchacho le proporcionó habitación y una bañera humeante. Solo le recomendó tuviese prevención con el ruido, su madre se encontraba algo indispuesta. Él así se lo prometió. Relajado en el agua caliente se encontraba cuando se descorrió la cortina. Allí estaba la madre, alta, delgada, con el vestido suelto cayendo hasta el suelo, el pelo gris recogido en un moño y sobre todo, esgrimiendo el gran cuchillo en su mano derecha.
Crueldad
Cruel e inmisericorde, el despertador le arrancó de la espantosa pesadilla donde carroñeros buitres lo estaban devorando y le enfrentó a la cotidiana trivialidad.
martes, 7 de diciembre de 2010
Buen partido
Rozaba la perfección. Educado, amable, cariñoso, gentil, acomodado, bien situado, sin ataduras y encima, alto, bien parecido, elegante... el marido perfecto. Sólo le encontraba un inconveniente, pensó mientras le dirigía otra ojeada a su estática figura dentro del ataúd.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Morir
Tenía el porcentaje de muertes por paciente más elevado de la ciudad, su récord en decesos era imbatible. Sin embargo era el más buscado. Todos sus pacientes morían felices.
Prestigio
Quizá fuese la farola más antigua de la ciudad. Su luz ya era mortecina, estaba ajada, pero todas la envidiaban. Bajo ella se declaró Romeo a Julieta.
Solidaridad
Se sentó en frente de la pantalla del ordenador. Lo encendió. Pasado los dos minutos prescritos, esta se coloreó de un azul turquesa, un poco rebajado en intensidad. El resto estaba vacío. Había ocultado todos los iconos. La miró con melancolía, se reconoció en ella. El mismo vacío, la misma soledad. Abrazó la pantalla y empezó a llorar.
De una vez por todas
Decíme, ¿cómo le explico, después de treinta y cuatro años de encontrarla ahí al despertar, que la dejo, que me voy a vivir con el párroco de santa Casia?
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