domingo, 12 de diciembre de 2010

Humildad

Cada mañana, enciendo el telefonino, introduzco la clave y muestra el mensaje «código correcto». Entonces afronto el día pletórico, al constatar mi inteligencia.

Despiste

Lloró hasta olvidar el motivo de su llanto

jueves, 9 de diciembre de 2010

Le seguían llamando Bates

Para Hortensia que suspiraba por un mini-western

El caballo bebía ansioso el anhelada agua mientras él, igualmente destrozado empujaba la puerta del saloon. No generó demasiada curiosidad. Como ciudad de paso la llegada de cowboys derrengados era habitual. Después de beber ávidamente el primer whisky se sentó en una desvencijada mesa, casi tan zaparrastrosa como él, a devorar unas malolientes judías que tras el viaje por el desierto le parecieron deliciosas.
Se dirigió a la apartada y solitaria casa sobre la colina que le indicaron como hotel. También le habían indicado un rancho donde era probable que pudiese encontrar trabajo. Pero antes tenía que descansar y adecentarse un poco.
El joven muchacho le proporcionó habitación y una bañera humeante. Solo le recomendó tuviese prevención con el ruido, su madre se encontraba algo indispuesta. Él así se lo prometió. Relajado en el agua caliente se encontraba cuando se descorrió la cortina. Allí estaba la madre, alta, delgada, con el vestido suelto cayendo hasta el suelo, el pelo gris recogido en un moño y sobre todo, esgrimiendo el gran cuchillo en su mano derecha.

Tragedia

Era de natural riente y trabajaba de plañidera profesional.

Crueldad

 Cruel e inmisericorde, el despertador le arrancó de la espantosa pesadilla donde carroñeros buitres lo estaban devorando y le enfrentó a la cotidiana trivialidad.

martes, 7 de diciembre de 2010

Buen partido

Rozaba la perfección. Educado, amable, cariñoso, gentil, acomodado, bien situado, sin ataduras y encima, alto, bien parecido, elegante... el marido perfecto. Sólo le encontraba un inconveniente, pensó mientras le dirigía otra ojeada a su estática figura dentro del ataúd.

Amor eterno

En cuanto la vio comprendió que la amaría toda la vida; al día siguiente la mató.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Morir

 Tenía el porcentaje de muertes por paciente más elevado de la ciudad, su récord en decesos era imbatible. Sin embargo era el más buscado. Todos sus pacientes morían felices.

Prestigio

Quizá fuese la farola más antigua de la ciudad. Su luz ya era mortecina, estaba ajada, pero todas la envidiaban. Bajo ella se declaró Romeo a Julieta.

Solidaridad

Se sentó en frente de la pantalla del ordenador. Lo encendió. Pasado los dos minutos prescritos, esta se coloreó de un azul turquesa, un poco rebajado en intensidad. El resto estaba vacío. Había ocultado todos los iconos. La miró con melancolía, se reconoció en ella. El mismo vacío, la misma soledad. Abrazó la pantalla y empezó a llorar.

De una vez por todas

Decíme, ¿cómo le explico, después de treinta y cuatro años de encontrarla ahí al despertar, que la dejo, que me voy a vivir con el párroco de santa Casia?

lunes, 29 de noviembre de 2010

Final Feliz

Y Caperucita y el leñador mataron y enterraron a la abuelita, se establecieron en la casita y montaron un próspero merendero a donde acuden todos los lobos del bosque.

Sublimación

De muy pequeño ya sintió la llamada que se iba acrecentando mientras crecía. Fueron sus padres los que le obligaron a estudiar y así fue arrinconando esa inclinación a la vida contemplativa. La vida laboral se interpuso a la vida monástica. Pero ahora, al fin, había alcanzado su íntimo anhelo.
Era inútil. Por mucho que sublimase la situación, no conseguía olvidar que tenía que pasar los próximos quince años en esta celda de Alcalá-Meco.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Primer amor


El rígido profesor Peláez ─el ogro peláez─ como era comúnmente conocido, verificó con asombro el trabajo de Campos. Era perfecto, no cabía duda. Y Campos era un alumno que no había destacado en absoluto hasta ese momento. Tendría que prestarle atención, seguir su trayectoria con más interés. Levantó la vista y lo buscó entre la masa alumnar. Lo encontró en el fondo, hacia la izquierda. Le estaba mirando. Y entonces, emocionado, descubrió algo de lo que no se había percatado: tenía unos ojos bellísimos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Una calle cualquiera


 
La calle era ancha, muy ancha, tan extremadamente ancha que los que decidían cruzarla se despedían de los parientes y amigos, dejaban en orden todas sus obligaciones, hacían testamento, y entre lágrimas de los hijos y suspiros entrecortados de la mujer, emprendían la gran aventura.
Nadie sospechaba que es lo que había al otro lado. Ninguno de los que emprendieron la marcha había regresado.
Tampoco había arribado a este lado ningún semejante proveniente del apartado allá.
Pero que algo había era seguro. En ocasiones, raras, pero alguna existió, el viento traía despojos de origen desconocido, hojas de plantas que no se habían desarrollado en este lado de la calle, trozos de papel impresos en caracteres extraños, incluso una brillante pluma de un ave maravillosamente irreal.
Este lado tenía los números impares, luego era natural suponer que al otro lado de la calzada, las casas tendría números pares. Por eso era corriente comentar si a lo lejos se distinguía nubes oscuras: «los pares tienen hoy tormenta» como si se tratase de amigos apartados.
No obstante existía un larvado nacionalismo y en su interior todos estaban convencidos de su superioridad sobre los pares. Y por eso temían establecer el contacto, por si estuviesen equivocados.
Y miraban suspicaces el asfalto que les unía y separaba de la verdad.

Algunas consideraciones a 'Estudios literarios'



Canta, oh diosa, la cólera... disculpad este comienzo, pero motivos haylos. Cuan atrevida es la megalomanía esquizoide de algunos humanos, verbigracia el ejemplar que ha pergeñado ese libelo que rimbombante titula 'Estudios literarios'
Vaya por delante que sus estudios se reducen a una primaria deficiente (repitió parvulitos) y lo que se puede aprender en el Marca y otros bodrios de esa calaña. En cuanto a sus conocimientos literarios, séame permitido exponer que a Machado y Hernández los conoce por las interpretaciones de Serrat (que además no le gustan, prefiere la salsa) y llega a suponer por lo tanto, que Mediterráneo es un poema de alguno de los antedichos. En cuanto a Lorca, tan solo ha oído aquello de: 'yo me la llevé al rió creyendo que era mozuela y resultó un guardia civil'.
Por lógica, yo, que permanezco en casa encerrado todo el día y tengo a mi alcance la extensa biblioteca de su tío abuelo que ese sí era un individuo con enjundia, poseo una multiplicidad de conocimientos de los que él no puede ni suponer su existencia.
En cuanto a su argumento brillante que iba a crear escuela, era una deshilachada sucesión de frases estilo vidalesco con argumentación moalana que no resistían ni merecían la menor crítica.
Omito responder a sus comentarios xenófobos sobre nosotros los canapés porque me siento muy herido por ellos. Llevo más años que él en la familia y nunca me habían menospreciado de tal manera. Yo, que he sostenido sobre mis recias espaldas las posaderas de todos sus ancestros... en fin, no meneallo.
Y por cierto, olvidaba mencionar que el fuego que nos destruyó fue ocasionado por un descuido suyo.


viernes, 12 de noviembre de 2010

Estudios literarios


Estábamos tan embebidos en la polémica que no nos dimos cuenta de que el fuego nos rodeaba hasta que fue demasiado tarde. Entonces, ante la imposibilidad de hacer nada, racionalmente, seguimos intercambiando nuestros puntos de vista, en realidad, exponiendo yo mi argumentación clara y terminante que daba fin a toda controversia mientras las llamas nos consumían.
Todo comenzó hace dos días, cuando el canapé y yo diferimos en la importancia real de unos autores y lo que su fama debía a las circunstancias políticas de su muerte. Me refiero, claro es a Lorca, Hernández y Machado.
Estuvimos hasta altas horas exponiendo nuestros pareceres, y continuábamos esta noche ─durante el día mi trabajo me lleva lejos de casa─ cuando yo explicaba un argumento brillante que marcaría la historia literaria de manera definitiva y además destruiría toda la petulancia del canapé.
El fuego lo ha hecho inútil. Otra gran pérdida para el saber humano.

Calcetines, braguitas...

Al verla un buitre la considera un acogedora vivienda campestre. Vamos descendiendo. Según nos acercamos podemos comprobar que le queda poco de acogedora, ni de vivienda tampoco. Una vez enfrente, aseguramos que ni el día de su bautizo fue bonita. Y de eso hace ya mucho tiempo, décadas y décadas sometida a la lluvia, el viento, el frío, el sol, el granizo, la tormenta, los animales y cualquier otro ingrediente adecuado para deteriorar una construcción. Giramos alrededor. Los cristales desaparecidos, ni restos visibles quedan por los suelos, los marcos desvencijados, las paredes agrietadas, el revestimiento aparece en escasos lugares.
Entremos, con cuidado. La puerta cuelga de una bisagra desclavada. El suelo está lleno de escombros, de basura, detritos, inmundicia informe. Recuerdos del paso de múltiples animales, de algún humano. Sigamos investigando. Cada recinto es una fotocopia del anterior. Partes irreconocibles de muebles mutilados, angustioso olor a soledad y desesperanza.
En la última habitación en la que entramos, una escalera. Alzamos la vista. No hay un piso superior. La escalera no lleva a ninguna parte. ¿Con qué objeto se construye una escalera sin objeto? Nunca lo sabremos.
Salgamos, abandonemos este monumento a la desolación. Demos una vuelta al inmueble. Sorprendentemente, en la parte trasera hay un tendedero con varias prendas recientes, calcetines, una camisa, unas braguitas, un par de pantalones, una blusa...
Nos quedamos estupefactos. Miramos de nuevo alrededor. Nadie. Ni un sonido. Nada.
Nos alejamos un tanto ampliando la perspectiva. No hay otra señal de existencia humana. Nos volvemos de espaldas. Tampoco ahí se aprecia nada. Giramos de nuevo.
La casa ha desaparecido. Ante nosotros se extiende la solitaria llanura. No queda huella de ninguna construcción.
Nos encogemos de hombros y continuamos nuestro camino.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Tras una noche en vela


El sol empezaba a manifestarse cuando terminó la tarea. Se secó el sudor de la frente con la manga y entró en la casa. Estaba agotado, nunca hubiera supuesto que asesinar y enterrar a la mujer costase tanto esfuerzo. La culpa la tenía el matrimonio. Si no se hubiera casado, no tendría ahora que realizar tantos quehaceres. Porque el estrangularla y enterrarla no era más que el principio, ahora empezaban las secuelas. Deshacerse de sus ropas y todo aquello que quedaba en la casa y que no se podía ya aprovechar. Luego, las ineludibles burocráticas. Claro que realzar un certificado de defunción era sencillo, la verdad es que ya lo tenía preparado, luego darle de baja en todos los centros oficiales, cambiar la titularidad de la cuenta bancaria. Al estar a nombre de ambos no sería problema, y tenía que intentar recordar minuciosamente que no se el escapaba nada. Tenía una lista meticulosa, aunque siempre era necesario el comprobar y autentificar lo que la memoria producía.
Pero le quedaba el detalle más importante, el irreductible al que no le encontraba solución. Era la respuesta a la pregunta que agazapada en el fondo, esperaba un momento para surgir y planteársele en toda su crudeza: ¿por qué la había matado?

Pobre Ana...

No solo seiscientas páginas son demasiadas páginas par describir un revolcón, sino que además, el jodio cura era de eyaculación precoz.

Los puntos sobre las íes

Sí, es cierto que Yavé dijo hágase la luz, luego gritó ¡hágase la luz! y se desgañitó repitiéndolo, pero la verdad es que hasta la llegada del Big-Bang, no se veía una mierda.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Descuido

Dejó los ojos en el alfeizar para que siguiesen registrando los aconteceres callejeros mientras fue al lavabo. Cuando regresó se los habían comido los gorriones.

Viajero desmemoriado

Despertó en la oscuridad. Apretó el interruptor de la luz y no ocurrió nada. Insistió, consiguiendo el mismo resultado. Incorporándose, buscó a tientas la silla donde había dejado la ropa. Encontró los pantalones y en ello un mechero.
Al encenderlo descubrió el quinqué sobre la mesa y recordó que se hallaba en París  para presenciar el guillotinamiento de Danton

jueves, 4 de noviembre de 2010

Lucy

Cuando despertó, comprobó que tenía casi todo el cuerpo cubierto de pelo. Un pelo que en realidad, solo desaparecía en las palmas de las manos. No pareció preocuparle. Era recogidita y proporcionada. La verdad es que tenía bastante éxito entre los individuos del sexo opuesto, y las mujeres murmuraban envidiosas a su paso.
Después de arrojar una mirada cariñosa a sus retoños que descansaban en el fondo y comprobar que ellos permanecerían durmiendo algo más, salió de su morada desperezándose y tras satisfacer las necesidades perentorias, se dirigió a procurarse algo de alimento para el desayuno.
No llegó muy lejos. Una avalancha la sepultó a escasos metros de su domicilio. Toneladas de piedras y barro acabaron con su vida.Cuando tres millones de años más tarde la encontraron, a los científicos no pareció importantes lo más mínimo que estuviese o no recubierta de pelo.

Plagio

Necesitaba de forma imperiosa encontrar un argumento plausible y ponerse a desarrollarlo y terminar el cuento que tenía que entregar el día siguiente. Pero precisamente por la premura, el agobio, el cansancio y un tímido desaliento, no encontraba el arranque necesario que le condujese a pergeñar el relato.
Había sido demasiado optimista, confiado en su maestría, al dejar el comienzo del trabajo hasta el último día. No lo volvería a hacer, autopromesa frecuente e igualmente incumplida con la misma frecuencia.
Se sentó ante la máquina. Aunque de forma habitual usaba el ordenador, era maniático y un tanto supersticioso y pretendía que con su antigua máquina de escribir le llegaba la inspiración de manera más fluida.
Quizá fuese verdad, la mejor de sus novelas la escribió en esa misma máquina en un verano maligno y depresivo.
Tanteó un comienzo estándar, la historia de un novelista. Bigote cerrado, marrón, chaqueta de lana descolorida, pelo empezando a blanquear. En el personaje, bajo su descripción, asomaban unos indicios de verosimilitud, de vida. Si conseguía mantenerlo así algunos párrafos más tenía seguro una historia por lo menos aceptable.
En las frecuentes pausas mientras escribía, chupaba mate de una bombilla que tenía a su lado. ¿Mate? ¿estaba acaso creando un personaje argentino? No, no podía ser argentino, ¿esnobismo? no, el resto de la descripción no denotaba afectación. Ya, adquirió la costumbre en una relación que mantuvo en el pasado con una porteña.
Aliviado al aclarar el asunto, continuó su cuento. El personaje que creaba era metódico y tenaz, se había propuesto terminar una novela corta o cuento largo al que estaba dedicado ese mismo día y al parecer lo estaba consiguiendo.
Su argumento era trivial, un cuento de terror y vampirismo. Lo singular, el entorno. Un pueblo costero turístico; neón, discotecas, diversión, lo opuesto al tradicional escenario de estos relatos. Un estudiante escéptico que persigue al vampiro con el propósito de demostrar la falsedad de esa creencia, la joven en silla de ruedas, víctima del monstruo. Y un final desconcertante. Encuentran la cripta, el ataúd, y al abrirlo, el estudiante descubre en él su propio cuerpo con sangre manchando los labios.
No esta mal lo que escribe mi personaje, pensó.Y en un súbito impulso arrancó la hoja de la máquina, colocó otra limpia y empezó él a escribir la historia del vampiro.

Misión

Desde su entrada en el convento, la hermana sor Virtudes había contraído una costumbre, hábito o manía, llámesele como se quiera, aunque ella rechazaría todas estas descripciones, sobre todo la última y lo llamaría humildemente su misión. Consistía esta en ocupar todo el tiempo que le quedaba libre de sus obligaciones cotidianas en salir al patio y allí, en un rincón, por costumbre siempre el mismo, levantaba la vista y así permanecía estática hasta que la llamada de la obligación le impelía a dejarlo.
Al principio extrañó su conducta, aunque aclarado su objeto, pasó a ser causa de irrisión para con el tiempo transformarse en una cariñosa compasión y un comentario eximente –dejadla, no hace ningún daño–.
Porque sor Virtudes, allí, en el rincón del patio estaba esperando una señal. La Señal. Ese era el propósito que guiaba todos sus actos, esperar La Señal.
Así durante veinte años. Imperturbable, con frío, calor, tormenta o bonanza, la figura de sor Virtudes se erguía en su rincón.
Ocurrió en primavera, cuando como ya anunció el poeta vuelven las oscuras golondrinas, una de éstas precisamente, dejó caer el resultado de su deyección sobre el ojo izquierdo de la monjita.
No le cupo ninguna duda, no vaciló un ápice de segundo. Era La Señal.
De ese suceso han transcurrido poco más de diez años.
Desde aquel día, sor Virtudes ha abandonado el patio. Ahora permanece encerrada en la celda, sentada en una carcomida silla de anea esperando.
Ahora, sor Virtudes espera oír la voz. La Voz.
Esa Voz que tiene que aclararle el significado de La Señal.

Fast-Food


Se subió al viejo y destartalado mueble, una antigua cómoda abandonada en aquel rincón, y se puso a mirar por el ventanuco. No era mucho lo que se percibía desde su atalaya. Una pared ajada de la vieja casa, un trozo de terreno devastado y semicubierto de desperdicios o despojos, al fondo la carretera por la que en raras ocasiones se aventuraba un automóvil y sobre ella el cartel.
¡El cartel! Ignoraba el por qué de la desazón que le acometía cuando lo contemplaba. Era algo interno, muy escondido en algún recóndito conducto cerebral. No había objetivamente explicación para ese temor. Era un cartel alegre y fachendoso que anunciaba una muy conocida cadena de fast-food. Un viejo que pretendía ser agradable con una vestimenta seudo cocinera y escandalosas letras entre las que destacaba el kentucky nombre-símbolo de la empresa. Nada amenazador. No podía entenderlo por más que lo meditaba, aunque le ocurría siempre, día tras día. Al verlo sentía ese oculto temor, ese escalofrío, esa seguridad de estar ante el peligro.Una vez más, sacudiendo la cabeza para apartar esos sombríos sentimientos, se bajó del improvisado escabel y empezó a picotear el maíz que cubría el suelo

La comadrona deslenguada

La mujer que acababa de entrar se quitó el mantón y lo arrojó con descuido encima de una arca. Luego se derrumbó sobre un escabel apoyando la espalda contra el adobe de la pared y extendió las piernas. Su cara reflejaba el sumo cansancio que la dominaba.
La muchacha le acercó un vaso con vino caliente que absorbió con avidez.
Eructó con escándalo y volviendo a beber pareció relajarse.
─ Vengo destrozada. Y todo para nada, el niño nació muerto. No, no ha muerto durante el parto, no, ya estaba muerto de antes. Una birria de chiquillo, todo hay que decirlo. Pero con la madre que tenía no se puede esperar nada mejor. Una cría enclenque, bajita, mal alimentada. Se ponen a tener hijos en cuanto les llega y así les pasa. Además, el largo viaje que han realizado. Y el marido, un vejestorio decrépito, que no me extrañaría que no fuese el padre porque él no parece estar para muchas alegrías. De dinero nada, si casi les tengo que dar yo algo para que coman. Con decirte que ha venido a parir en un establo entre un buey y una mula...

E=m*c 2

Cerró la puerta con violencia, pero un rescoldo de educación le obligó a evitar el portazo.
Había discutido con un colega que se negaba a comprender sus razonamientos.
Sus estruendosas y largas zancadas le condujeron a la puerta del despacho.
Con la mano en el manillar le sorprendió un fogonazo.
¡Un fotógrafo!.
Le enseñó furioso su desarrollada lengua para mayor gloria de los Rolling Stones.

domingo, 24 de octubre de 2010

Ocaso

Helios empezó a moverse, primero con lentitud, luego con seguridad. Las gentes se paraba por la calle, levantaban la vista, observaban con silencio. Las miradas cómplices reflejaban alegría.
Hacía ya dieciséis días que el Sol no se ponía. Por un capricho, por un olvido, durante ese período Helios había permanecido estático en lo alto del firmamento. Era el mediodía perpetuo.
Ahora, su movimiento le llevaba hacia el horizonte. Pasaron las horas esperanzadoras y comenzó el ocaso. Le siguió su epílogo natural.
La ciudad estallo en alegría.
Todavía ignoraban que no volvería a amanecer.

Niñez

Primero oyó un tenue tamborileo y al levantar la vista, por el ventanal advirtió que estaba empezando a llover.
Dejó el libro en el brazo del butacón y abriendo la puerta salió al patio.
La lluvia empezó a mojarle cayendo suavemente, deslizándose por sus brazos, su cabeza, penetrando bajo el cuello de la camisa y empezando a humedecer el torso.
Recordó su infancia jugando bajo la lluvia. Pero un atisbo de madurez le recordó que a su edad no era apropiado hacer esas tonterías. Si alguien lo viese, ¿qué pensaría? Era estúpido continuar.
Entonces extendió los brazos, levantó la cara y dejó que la lluvia le corriera por las mejillas.

Fan

Vio un arremolinamiento tumultuoso de la gente y acuciado por la simiesca curiosidad se acercó presto. Se trataba de la llegada al hotel de un populachero seudocantante.
Con expresión de terrible embobamiento estúpido se quedó contemplándolo como hacían todos. Al percatarse, pretendió aparentar indiferencia y hacer desaparecer esa expresión de estúpido embobamiento.
Luego comentaría despectivamente el suceso, despotricaría contras el sujeto y los imbéciles que le seguían, todo desde su superioridad intelectual.
Pero allí permaneció, con la expresión de embobamiento estúpido hasta que el personaje desapareció dentro del hotel y la muchedumbre se fue disolviendo.

viernes, 22 de octubre de 2010

Ausencia

Miro alrededor. No hay nadie. Yo tampoco estoy.

jueves, 21 de octubre de 2010

Pasota

Tiró la litrona vacía y decidió divertirse. Entro en un banco cercano.
─ ¡Qué nadie se mueva, esto es un atraco! ─gritó enseñando una pistolita de plástico─. Empezó a sonreír por su broma.
Seguía sonriendo en el suelo, abatido por el segurata

Homicidio frustrado

a Belén

Pretextando agotamiento pidió que no le llamasen hasta el día siguiente. Cerró la puerta con llave, se escabulló por la puerta trasera y emprendió la carrera hacia Madrid.
Su casa estaba oscura. Directamente entró en la habitación y estranguló a la mujer. La sirvienta la encontraría por la mañana. En veinte minutos simuló un robo. Lo tenía ensayado. Repitió la carrera hacia Valencia.
Desayunaba cuando llegó la policía.
─ Hagan lo que sea, inspector, para detener al que ha matado a mi mujer.
─ Nadie la ha matado.
─ Pero ¿no me ha dicho...?
─ No la mataron, dos horas antes de la agresión murió de un ataque cardíaco.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Yo y tú

Cuando te veo siento un dolor lacerante.
Yo estoy muerto.
Tú no.

Tú y yo

Es un lugar bello, brillante, acogedor y estás tú.
Yo no.

El resplandor


Le despertó el brillante resplandor. El despertador marcaba las tres de la madrugada. ¡Un incendio! ─pensó─ y al grito de ¡los jubilados y los niños primero! se lanzó de la cama dispuesto a salvarse. Al pasar frete a la ventana percatose de la falsa alarma. No era un incendio. Amanecía. Aseguró la hora incluso encendiendo el televisor. Entonces abríó furioso la ventana y gritó: «¡Qué haces estúpido, son las tres de la madrugada! ¿Estás borracho?».
Y el Sol, avergonzado, se apresuró a ocultarse de nuevo bajo el horizonte.

Decrepitud


Los dos hombres se alejaban entre la niebla mientras uno de ellos decía: «este es el comienzo de una gran amistad»
Apagó el televisor entre bostezos y se dirigió al baño. Orinó. Introdujo la dentadura en un vaso con agua y liquido limpiador.
En la cocina calentó un vaso de leche con el cual se dirigió al dormitorio.
Se quitó la bata. Debajo ya tenía puesto el pijama estampado con micky mouses y minies. Metido en la cama, abrazó el osito panda, bebió la leche, se arrebujó bajo las mantas y extendiendo la mano apagó la luz, sumiendo al Universo en la obscuridad.
Desde que tiene el alzheimer, este dios es la ostia.

jueves, 14 de octubre de 2010

Meditación


Salió al patio por la puerta trasera y después de hacer un agujero de una profundidad determinada por el cansancio y dolor de espalda, enterró cariñosamente su colección completa de discos de The Beatles.
Entró de nuevo en la casa, cerrando la puerta y sellándola con un antiguo y corroído cerrojo. Se dirigió con calma a la puerta principal, atrancándola con una barra metálica que había colocado previsor la semana anterior. Seguidamente fue cerrando las ventanas una a una, bajando las persianas, ajustando las contraventanas. La vivienda se fue sumiendo en la penumbra primero, y de manera paulatina, en la obscuridad. Desconectó el cable del teléfono. Quitó los fusibles de la luz.
A tientas, se dirigió al piso superior, entró en una habitación, cerró con cuidado la puerta y se tendió en la cama. Empezó a meditar.
De esto hace cinco años. Y sigue meditando

jueves, 7 de octubre de 2010

Bolero



Contemplo desde la ventana la gente bajo la lluvia. Recuerdo la canción: “vi gente correr, y no estabas tú...” Esto me evoca algo, y me percato que yo tampoco estoy.
Entonces, ¿quién está mirando por la ventana?

Telefonino


Estaba solo en casa cuando sonó el teléfono:
─ ¿Sí?
Era yo mismo que me llamaba. Como no quería hablar conmigo, colgué.
Ahora me pregunto intrigado: ¿y si era algo importante lo que quería decirme?
Y aquí estoy, al lado del teléfono, esperando anhelante que vuelva a sonar.