jueves, 11 de noviembre de 2010

Tras una noche en vela


El sol empezaba a manifestarse cuando terminó la tarea. Se secó el sudor de la frente con la manga y entró en la casa. Estaba agotado, nunca hubiera supuesto que asesinar y enterrar a la mujer costase tanto esfuerzo. La culpa la tenía el matrimonio. Si no se hubiera casado, no tendría ahora que realizar tantos quehaceres. Porque el estrangularla y enterrarla no era más que el principio, ahora empezaban las secuelas. Deshacerse de sus ropas y todo aquello que quedaba en la casa y que no se podía ya aprovechar. Luego, las ineludibles burocráticas. Claro que realzar un certificado de defunción era sencillo, la verdad es que ya lo tenía preparado, luego darle de baja en todos los centros oficiales, cambiar la titularidad de la cuenta bancaria. Al estar a nombre de ambos no sería problema, y tenía que intentar recordar minuciosamente que no se el escapaba nada. Tenía una lista meticulosa, aunque siempre era necesario el comprobar y autentificar lo que la memoria producía.
Pero le quedaba el detalle más importante, el irreductible al que no le encontraba solución. Era la respuesta a la pregunta que agazapada en el fondo, esperaba un momento para surgir y planteársele en toda su crudeza: ¿por qué la había matado?

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