domingo, 24 de octubre de 2010

Ocaso

Helios empezó a moverse, primero con lentitud, luego con seguridad. Las gentes se paraba por la calle, levantaban la vista, observaban con silencio. Las miradas cómplices reflejaban alegría.
Hacía ya dieciséis días que el Sol no se ponía. Por un capricho, por un olvido, durante ese período Helios había permanecido estático en lo alto del firmamento. Era el mediodía perpetuo.
Ahora, su movimiento le llevaba hacia el horizonte. Pasaron las horas esperanzadoras y comenzó el ocaso. Le siguió su epílogo natural.
La ciudad estallo en alegría.
Todavía ignoraban que no volvería a amanecer.

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