miércoles, 29 de mayo de 2013

Aquellas tardes de claqué


Desde pequeña quiso ser bailarina. Se esforzó. Horas y horas de escuela, de ejercicios, de sudores, de lágrimas. El tiempo pasó, creció. Empezó a trabajar, pequeños papeles. Luego otros más importante, y más. Su nombre empezaba a ser conocido en los ambientes teatrales.
En una obra tuvo que hacer un papel cómico. Gustó. Gustó tanto que le ofrecieron otro en la misma línea en un comedia. Sin bailar. Su éxito fue meteórico. Siguió en esa nueva faceta. Al poco tiempo, su nombre estaba en los luminosos.
No tardó mucho en ser protagonista, la reina de la comedia, como algún gacetillero la bautizó.
Broodway a sus pies.
Su presencia en el escenario era sinónimo de éxito, llenos seguros, críticas favorables y lo que de verdad le interesaba al empresario, billetes y más billetes entrando en las taquillas.
Se retiró escogiendo el momento adecuado, antes de que la decadencia y los años señalasen su declive. Su fortuna era suficiente para gozar de la vida hasta el final de los días.
Así fue. Feliz, admirada, querida, una figura universalmente reconocida. Y allí, en el fondo, muy en el fondo, escondida pero no olvidad, una sola pena. Nunca bailo con Fred Astaire.

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